Salimos al ruedo de nuestra vida esperanzados y confiados en el Señor. Nuestro testimonio se apoya en Jesús. Él es el Santo y, por su Gracia, nuestro testimonio cobra fuerza y eficacia. En la medida que transparentemos al Señor, nuestro testimonio contagia y evangeliza.
Sabemos que no son nuestros méritos, sino que, por la Misericordia y la Gracia del Señor, nuestras obras y palabras tienen la fuerza de contagiar y tocar los corazones de las que las reciben. Y en esa confianza y actitud nos atrevemos a proclamar el Nombre del Señor.
Nuestra actitud de amar se convierte en perdón. Porque, cuando amamos perdonamos. O al revés, cuando perdonamos estamos amando. De ahí que por la Misericordia de Dios somos perdonados y amados. Y, de la misma forma, también nosotros tenemos que perdonar para amar.
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