La vida es ese tiempo —don y regalo de Dios— que se
nos da para abonar la tierra de nuestro corazón con los dones del Espíritu
Santo y ofrecer los frutos que el Señor espera de nosotros.
Cuando caigo en la cuenta de dónde vengo, quién soy
y lo que realmente me amas, sin merecerlo, me doy cuenta de mi pequeñez. Sé,
Señor, que no son mis méritos, que nunca llegan a saldar mi deuda, sino tu Amor
y Misericordia los que me salvan.
Nuestro abono es la oración, junto con los
sacramentos del perdón y de la comunión. Y nuestros frutos, la humildad y la
misericordia, con los que cumpliremos la voluntad de nuestro Padre Dios.
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