Es de sentido común reconocer que quienes buscan
enaltecerse terminan cayendo mal y acaban humillados. La humildad, en cambio,
es la que realmente ennoblece, aunque muchos solo intenten aparentarla.
Sé, Señor, que sabes todo de mí, tanto lo bueno
como lo malo. Supongo que lo bueno conviene dejarlo, pero, ¿y lo malo, Señor?
Ayúdame, Dios mío, a quitarlo y a dejar solo aquello que te agrada y que me
favorece para estar en Ti y contigo.
Jesús, el Señor, espera mucho de los malos, pero
humildes. En ellos ve capacidad de conversión. Sin humillación no hay humildad,
y sin humildad no hay encuentro con Dios. Su Amor es incondicional e
inmerecido: solo Dios es bueno.
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