Todos buscamos honores y privilegios. Somos capaces de hacer verdaderos esfuerzos por trepar y alcanzar los puestos más relevantes. Nuestra propia naturaleza está tentada por la vanidad y la ambición. Así lo experimentaron los hijos de Zebedeo cuando su madre le pidió al Señor privilegios para sus hijos.
Y así también lo experimentamos todos nosotros cuando sentimos deseos de ocupar los primeros puestos y que nos rindan admiración y honores. Son las consecuencias del pecado original por el cual estamos tentados y sometidos.
Por eso necesitamos la Gracia del Espíritu de Dios para, fortalecidos por su Poder, encontrar fuerza y voluntad de renunciar a tales tentaciones. Amén.
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