Se nos olvidan las cosas, no sólo las buenas sino, gracias a
Dios, también las malas. Por eso es bueno tener a alguien que nos las recuerde.
El Espíritu Santo nos acompaña, no enseña y nos recuerda aquello que Jesús nos
ha dicho.
Lo malo conviene recordarlo para evitarlo en el presente, y
lo bueno para ponerlo en práctica y vivirlo tal y como nos impulsa el Espíritu
de Dios.
Porque tenemos un guía que nos señala el camino y nos
indica, en cada situación, la actitud y el criterio que debemos tomar.
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