Todos sabemos dónde está el bien y donde el mal. Sabemos por experiencia
lo que no debemos hacer, pero sucumbimos al egoísmo y a la apetencia. No
resistimos nuestra humanidad.
Experimentamos nuestra debilidad, pero también remordimiento y deseos de
superarnos y vencernos. Es decir, deseos de hacer el bien. Sin embargo,
fracasamos una y otra vez hasta el punto de darlo por imposible.
Olvidamos que no estamos solos, y que nos acompaña el Espíritu de Dios. Con Él podemos vencer. Sólo necesitamos querer.
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