Uno de nuestros peores fracasos no son los propios
fracasos y errores, sino la soberbia y orgullo de no rectificar a tiempo. Nos
damos cuenta de que vamos equivocados, pero experimentamos la impotencia de ser
capaces de rectificar.
Es la soberbia la que nos pierde y la que mata nuestra
humildad. Sabemos que todo no nos puede salir bien, principalmente porque no lo
sabemos todo, y algo haremos mal. Pero nos cuesta aceptar nuestros errores, y
más rectificarlos.
Y si nos
somos capaces de hacerlo, estaremos edificando sobre arenas movedizas, porque
cuando lleguen los errores nos hundiremos con ellos. Sólo la humildad de
reconocernos pecadores nos puede salvar. Porque Dios es Misericordioso y nos
perdona, pero necesita tu corazón contrito.
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