jueves, 3 de diciembre de 2015



Uno de nuestros peores fracasos no son los propios fracasos y errores, sino la soberbia y orgullo de no rectificar a tiempo. Nos damos cuenta de que vamos equivocados, pero experimentamos la impotencia de ser capaces de rectificar.

Es la soberbia la que nos pierde y la que mata nuestra humildad. Sabemos que todo no nos puede salir bien, principalmente porque no lo sabemos todo, y algo haremos mal. Pero nos cuesta aceptar nuestros errores, y más rectificarlos.

Y si nos somos capaces de hacerlo, estaremos edificando sobre arenas movedizas, porque cuando lleguen los errores nos hundiremos con ellos. Sólo la humildad de reconocernos pecadores nos puede salvar. Porque Dios es Misericordioso y nos perdona, pero necesita tu corazón contrito.

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