Sucede, en ocasiones, que pasando delante de un amigo/a no
la vemos. Nuestros ojos la han mirado, pero nuestro corazón no estaba
sincronizado con nuestros ojos. Y nos costará convencer a ese amigo/a que no le
hemos visto. La mente se ido junto con el corazón por otro camino.
Aquellos discípulos camino de Emaús miraban los
acontecimientos con los ojos del mundo. Es decir, con los ojos físicos, los de
la cara. No abrían los ojos del alma, los que miran la esperanza, los que
sintonizan con el corazón y le prenden fuego. Necesitaban la luz de la Palabra.
Y, una vez más, el
Señor nos busca y nos abre los ojos. Es Él quien da el primer paso y establece
relación con nosotros. Ahí está el secreto de la vista, abrir los ojos a
nuestra relación con el Señor, que se hace el encontradizo, que sale a nuestro
encuentro y nos abre la puerta de la fe para que demos los primeros pasos.
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