domingo, 16 de julio de 2017

Tu semilla ha sido plantada en tu corazón. Tienes lo imprescindible para que tu tierra sea bien abonada. Y, aunque hay camino, tierra poco profunda, abrojos y malas hierbas, tienes la tierra buena y suficiente, para hacer hueco en tu corazón y conse queguir esa pequeña parcela dé buenos frutos.

Es verdad que eso no se hace sólo con la boca y las palabras. Hay que doblarse la espalda, tomar el arado y arar la tierra. Hacer los surcos y mezclar el estiércol de tu basura con la tierra recibida para que la semilla sembrada de la Palabra pueda morir y germinar. Y dar frutos.

No es cuestión de un día, ni de dos. Ni de semanas, meses o años, sino de mucho tiempo. Quizás de toda tu vida. Se trata de limpiarla de la dureza del camino que no la guarda ni guarece; se trata de alejarte de malos ambientes que te tientan, te invitan a la indiferencia y a no profundizar. Se trata de cuidar tu tierra buena para que, venida la lluvia y plantada la semilla, dé frutos.

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