Tu semilla ha sido plantada
en tu corazón. Tienes lo imprescindible para que tu tierra sea bien abonada. Y,
aunque hay camino, tierra poco profunda, abrojos y malas hierbas, tienes la
tierra buena y suficiente, para hacer hueco en tu corazón y conse queguir esa pequeña
parcela dé buenos frutos.
Es verdad que eso no se hace
sólo con la boca y las palabras. Hay que doblarse la espalda, tomar el arado y
arar la tierra. Hacer los surcos y mezclar el estiércol de tu basura con la
tierra recibida para que la semilla sembrada de la Palabra pueda morir y
germinar. Y dar frutos.
No es cuestión de un día, ni de dos. Ni de semanas,
meses o años, sino de mucho tiempo. Quizás de toda tu vida. Se trata de
limpiarla de la dureza del camino que no la guarda ni guarece; se trata de
alejarte de malos ambientes que te tientan, te invitan a la indiferencia y a no
profundizar. Se trata de cuidar tu tierra buena para que, venida la lluvia y
plantada la semilla, dé frutos.
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