El hombre es el ser superior de toda la creación. Sus
derechos le vienen dado por la Ley Natural, y su dignidad está por encima de
cualquier ley humana, que debe siempre estar promulgada para el bien de los
derechos del hombre. Nunca debe ser postergada sometiendo al hombre.
Por lo tanto, el hombre debe ser el centro de toda la ley y,
en función de éste debe ir dirigida. Nada debe impedirle hacer todo aquello que
es útil y provechoso para la defensa de su vida y de todos sus derechos y
dignidad. Y, ante la oscuridad del discernimiento de saber y distinguir lo
bueno de lo malo, el hombre debe abrirse a la Verdad Suprema de donde procede
toda verdad.
Por eso, el Señor les
recordó: «¿Ni siquiera habéis leído
lo que hizo David, cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró
en la Casa de Dios, y tomando los panes de la presencia, que no es lícito comer
sino sólo a los sacerdotes, comió él y dio a los que le acompañaban?». Y
les dijo: «El Hijo del hombre es señor del sábado».
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