Cuando pensamos en alguna persona conocida y concreta nos la
imaginamos de una forma ya preconcebida. Nos sorprendería verla vestida de otra
forma a la que nuestra vista se ha acostumbrado. Su imagen está dentro de
nuestra retina y no la concebimos de otra forma. Nos extrañaría y hasta nos
costaría reconocerla. Para cambiar por unas horas está los carnavales.
Cada cual tiene su propio vestido, pero, quizás ese vestido
no nos vale para asistir al Banquete al que Dios nos ha invitado. Posiblemente,
necesitaremos otra clase de vestido. Se trata del vestido de la humildad, de la
misericordia, del arrepentimiento. No nos vale ir vestido con nuestra soberbia,
con nuestra suficiencia, con nuestros egoísmos e intereses. Hay que despojarse
y revestirse del vestido del amor.
Quizás sea eso lo que
nos confunda. No podemos entrar al banquete con nuestras propias ideas. Ideas
contaminadas por nuestra naturaleza humana, débil y pecadora. Ideas de vivir
según nuestras propias convicciones e intereses. Se trata de vaciarnos de todas
ellas y, dejadas en la puerta, disponernos a ser revestido de la Vida de la
Gracia según la Palabra de Dios.
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