martes, 6 de febrero de 2018

Instintivamente nos sentimos atraídos y tentados a cumplir lo establecido, tradiciones y costumbres, que de, alguna forma, hemos ido acomodando a nuestros intereses, rechazando y reformando todo aquello que nos complica y nos molesta. Nos importa más la apariencia que la autenticidad, y las formas exteriores que lo que experimenta y siente nuestro corazón.

Aceptamos mejor las leyes que vienen del hombre, más que los mandatos de Dios. Incluso, llegamos a tergiversar lo que dice Dios acomodándolo a lo que pensamos y queremos nosotros. Tal es lo que dice el cuarto mandamiento, eludiendo nuestra responsabilidad con el ofrecimiento del corbán u ofrenda sagrada. Se busca y persigue evitar el cuidado mortificante de los padres justificándolo como aceptado por Dios.

Y es que nos resulta más fácil guiarnos por nuestras tradiciones y costumbres que por lo que Dios nos indica desde nuestros corazones. Tratamos de justificarnos poniendo leyes que se ajusten a nuestros gustos para abandonar las de Dios. En el Evangelio, Jesús descubre nuestras hipócritas intenciones y nos deja al descubierto. Tomamos de las tradiciones las que nos favorecen para evitar el compromiso, la renuncia y el sacrificio. Se trata de marginar la cruz.

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