Instintivamente nos sentimos atraídos y tentados a cumplir
lo establecido, tradiciones y costumbres, que de, alguna forma, hemos ido
acomodando a nuestros intereses, rechazando y reformando todo aquello que nos
complica y nos molesta. Nos importa más la apariencia que la autenticidad, y
las formas exteriores que lo que experimenta y siente nuestro corazón.
Aceptamos mejor las leyes que vienen del hombre, más que los
mandatos de Dios. Incluso, llegamos a tergiversar lo que dice Dios acomodándolo
a lo que pensamos y queremos nosotros. Tal es lo que dice el cuarto
mandamiento, eludiendo nuestra responsabilidad con el ofrecimiento del corbán u
ofrenda sagrada. Se busca y persigue evitar el cuidado mortificante de los
padres justificándolo como aceptado por Dios.
Y es que nos resulta
más fácil guiarnos por nuestras tradiciones y costumbres que por lo que Dios
nos indica desde nuestros corazones. Tratamos de justificarnos poniendo leyes
que se ajusten a nuestros gustos para abandonar las de Dios. En el Evangelio,
Jesús descubre nuestras hipócritas intenciones y nos deja al descubierto.
Tomamos de las tradiciones las que nos favorecen para evitar el compromiso, la
renuncia y el sacrificio. Se trata de marginar la cruz.
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