domingo, 12 de agosto de 2018

Solemos darle importancia a las cosas dependiendo de quién nos las diga. Si lo que oímos viene de alguien a quien nosotros le damos importancia y notabilidad, escucharemos y recogeremos eso que nos dice, pero si viene de alguien al que consideramos pequeño, igual o menos que nosotros, murmuraremos y nos costará más escucharle  y atender lo que dice.

Por desgracia eso nos suele pasar, y también le sucedió a Jesús. Sus paisanos no le entendieron y, ahora, tampoco le entendemos nosotros. Posiblemente, el Señor nos hable ahora a través de alguien. Alguien sencillo y humilde que está a nuestro lado, pero nos parece de poca importancia y que nada nos puede aportar.

Y cerramos nuestros oídos y nuestros ojos, y no queremos escucharle ni verle. Hay muchos toques en nuestras vidas que nos sorprenden, y, aunque deben ser discernidos y minuciosamente examinados a la luz del Espíritu Santo, pues el diablo también está al acecho para engañarnos y agobiarnos, tenemos que estar despiertos y atentos a lo que el Señor nos comunica. El gozo de saber y experimentar que hemos hecho lo que debíamos nos aclara y nos descubre que estamos en sintonía con el Señor.

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