sábado, 15 de septiembre de 2018

También cada uno de nosotros tenemos una madre en la tierra, pero tarde o temprano tiene que dejarnos. María, la Madre de Dios, fue subida al Cielo y desde ahí nos acompaña en nuestro peregrinar por este mundo hasta llegar a la Casa del Padre. Quizás, por eso, Jesús nos la dio a través de Juan como Madre.

No perdamos esa oportunidad de invitar a María a que more en nuestro corazón, porque desde allí nos dará ánimo y fortaleza. Ellas fue clave en la iniciación de la Iglesia y bajo su cobijo, su paciencia, su fe y su obediencia los apóstoles perseveraron y permanecieron unidos.

Damos gracias al Señor por darnos a su propia Madre como Madre nuestra también y en ella tratamos de permanecer unidos y animados siguiendo los pasos que ella nos señala para llegar a su Hijo. Ella recorrió ese camino con sencillez, obediencia, mucha fe y esperanza. Y, a pesar de padecer y sufrir creyó en la Palabra de Dios.

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