La vida nos da muchas
sorpresas. Posiblemente, una de las causas que las originan sea la dificultad y
el poco ejercicio del diálogo. Se habla poco del propio conocimiento personal.
O no profundizamos, dicho de otra manera, en el conocimiento propio y en el de
nuestra pareja. Y así las separaciones son repentinas y sorpresivas.
Y lo mismo ocurre en las
familias y entre los grupos sociales, amigos y hasta dentro de la misma
iglesia. Sin conocimiento uno del otro poco podernos comprendernos, ayudarnos y
amarnos. Pero, para eso necesitamos aprender a comunicarnos y a darnos a
conocer. Amar implica conocer, pues lo que no se conoce no se ama.
Quizás seamos los más desconocidos para nosotros
mismos. Necesitamos hacer silencios en nuestras vidas y aprender a conocernos
desde la luz del Espíritu Santo, que nos ilumina y nos asiste para darnos
cuenta que todo nos viene del Señor y nosotros somos unas simples criaturas a
su servicio.
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