Se trata de renunciar a los egoísmos, la soberbia, los
deseos excesivos, los resentimientos y odios, la sed de poder y la codicia; y,
por el contrario, revestirnos del atuendo de Cristo.
Todo es cuestión de un
tiempo. Solo Tú, mi Señor, te sostienes eternamente. Tu Amor no pasa nunca y en
Él quiero apoyarme y mantenerme porque solo Él me hace también a mí eterno e
inmensamente feliz.
Ir vestidos a su manera: con humildad, cariño, generosidad y amor. Para que también de nosotros, como de Jesús, pueda decirse: “Miró, y pasó haciendo el bien”, hasta confundirnos con Él.
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