Solo cuando ponemos en manos del Señor lo que somos y
tenemos, Él puede sanar y alimentar a la humanidad. La mejor manera de amarle
es abrirnos a colaborar en esa tarea de compartir por amor.
Señor, mi vida se ha convertido en una vigilia de tu
venida. Sé que está en su recta final, y toda mi preocupación es ir lo mejor
preparado a tu encuentro, Dios mío. Por eso, aprovecho todo momento para
pedirte fortaleza y estar despierto y vigilante.
También nosotros, en momentos de depresión o flaqueza,
acudimos al Señor buscando consuelo y alivio. Unidos a tanta gente necesitada,
nos presentamos ante Él con humildad, abiertos a recibir su cariño y su
palabra.
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