Cuando el hombre, presa de la
desesperación porque siente hambre, es tentado, sus posibilidades de
resistencia disminuyen. Es momento propicio que aprovecha el demonio para
lanzar su oferta sabiendo que nuestras fuerzas están casi vencidas.
Son momentos duros donde se
hace difícil negarse a convertir las piedras en pan y saciar nuestra hambre. El
afán por tener cubiertas nuestras satisfacciones nos inclinan a desobedecer y a
satisfacernos dejando a un lado nuestra fidelidad y compromiso.
De esta manera nos rendimos y
nos abandonamos en las manos del poder y la gloria; de la fama y el éxito,
terminando por adorar nuestras propias fuerzas y poder antes que a Dios. Nos
sentimos tan fuertes que incluso nos creemos en disposición de probar hasta al
mismo Dios. Jesús nos enseña a saber vencer y a contar con Él para conseguir el
triunfo.
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