Los fariseos y sumos sacerdotes maquinaron excluir a
Jesús y matarlo. Sus obras, sobre todo la resurrección de Lázaro había sido la
gota que colma el vaso. Estaban perdiendo toda su clientela y pronto se verían
sin nadie y con la amenaza que los romanos acabaran con ellos.
Tenían miedo, pero, más que miedo por la amenaza
romana, miedo a perder sus acomodadas situaciones de privilegios y de dominio
del pueblo. La solución la dio Caifás, sumo sacerdote de aquel año, profetizando
la muerte de Jesús por todo el pueblo y nación. ¿Nos ocurre a nosotros lo mismo?
Pero uno de ellos, Caifás, que era el Sumo Sacerdote de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada, ni caéis en la cuenta que os conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación». Esto no
lo dijo por su propia cuenta, sino que, como era Sumo Sacerdote aquel año,
profetizó que Jesús iba a morir por la nación —y no sólo por la nación, sino
también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.
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