jueves, 15 de octubre de 2020

 

Por experiencia sabemos que cuando recibimos una propuesta de alguien, a quien consideramos inferior, lo más probable es que la rechacemos. Nuestra soberbia no permite acogerla. Y si es algo que nos cuestiona, nos compromete a mirarnos a nosotros mismos y cambiar, posiblemente también la rechacemos.

Eso ocurre con todos los sabios y entendidos a los que el Señor se refiere en el Evangelio de hoy, y da gracias al Padre por revelar su Palabra a los pequeños y humildes, que, por el contrario son los que acogen y se abren a la escucha de la Palabra. Y es que la necesitan.

Porque, solo los que son capaces de abajarse y de ser humildes, son capaces de abrir su corazón y acoger esa Palabra que salva y llena de amor y verdad. Por tanto: Jesús nos lo dice muy claro: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito».

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