Jesús nos rehabilita de nuestros encorvamientos,
nos saca de nosotros mismos y de nuestros pequeños afanes, nos hace alzar la
cabeza y mirar más allá, hacia el horizonte desde el que Dios nos llama,
permitiéndonos fascinarnos por Él.
Ven Espíritu Santo y pacifica mi vida:
emociones, deseos, obsesiones, remordimientos, insatisfacciones, rencores,
envidias, odios, tristezas y nerviosismo. Todo aquello que me desorienta y me
saca de estar abierto a tu acción y a la Voluntad de Dios.
No hay precepto religioso ni convención social
que impida a Jesús ejercer su ternura y compasión hacia sus criaturas. Solo
nuestra terquedad puede impedirle curarnos. Dejémonos sanar por Jesús, que
puede y quiere darnos la luz de Dios.
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