
Posiblemente, y no me haya dado cuenta que sigo en el árbol y que no quiero bajar. Y no bajo cuando persisto en mis apetencias, en mis gustos, en mis caprichos y proyectos. Y, por supuesto, discuto los que me propone Jesús. Rechazo su invitación a comer y le cierro la puerta de mi casa.
Y, mientras no me decida a bajar de mi altura de mira, seguiré en ese pedestal que me impide encontrarme con Jesús. Él pasa por mi lado, pero yo no quiero verlo y no procuro despejar mi vista y situarme en su presencia. De modo que, pasará y no podré verlo, aunque Él siempre me estará invitándome al encuentro.
Yo, Señor, te pido que me ayudes a bajar de mis pretensiones, de mi superioridad, de mi confort y comodidades y de invertir en los pobres, donde mejor rendimiento puede tener mis talentos y donde ese beneficio vale oro. Un oro que se traduce en vida eterna.
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