Nadie, supongo, ayuna cuando está de fiesta. Es decir, cuando celebra algo que invita a celebrar con alegría una fiesta. El Evangelio habla del Novio – el Señor – que estando con nosotros invita al gozo y la alegría de anunciar la Buena Noticia, la fiesta de la salvación.
Todos tenemos experiencia de buenos momentos de fiesta y alegría. Pero, también, a nadie se le escapa que llegarán momentos de zozobra, de tristeza y de penitencias. Sí, hay momentos de oscuridades, de confusión y de necesidad de hacer ayunos para buscar el equilibrio y la serenidad.
Pero, sobre todo, apoyarnos en la fe y la confianza de que el Señor no se ha ido, pese a que no le veamos o hayamos perdido su rostro. Él sigue con nosotros y, como un buen Padre, nos suelta de su Mano Misericordiosa y nos deja caminar solos para que maduremos en la fe y en la esperanza de sabernos siempre en su presencia.
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