La codicia de
bienes, el deseo de tener, no satisface al corazón. Al contrario, despierta más hambre y te
esclaviza. Es como un caramelo que te gusta tanto, pero que te pide más y nunca
te deja satisfecho.
Soy débil,
Señor, y fácil de seducir. Sé también que el demonio tiene poder para engañarme
y su astucia es superior a la mía. Dame luz, fortaleza y sabiduría para
resistirme y perseverar en la amistad contigo. Amén.
La avaricia no es buena compañera. Te seduce y te tienta con el tener más bienes y más poder. Pero, al final, siempre estás en el mismo sitio y con la misma inquietud: adversidades, prevaricaciones y guerras.
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