
Los apóstoles, de estar llenos de miedo y encerrados tras la muerte de Jesús, pasan, al ser testigos de su Resurrección, al polo opuesto. Salen a dar testimonio de su fe presentándose como testigos directos de la Resurrección de Jesús, y de eso con inusitada valentía dan testimonio.
Indudablemente, esa valentía no ha sido por sus propias fuerzas, sino por la Gracia de Dios, el Espíritu Santo, que los fortalece y le da esa valentía y conocimiento para dar testimonio de su fe. Por el bautismo recibimos al Espíritu Santo que nos mueve a renovarnos cada día.
Y, por la Eucaristía, Jesús se nos da como Pan de Vida Eterna que nos alimenta, nos fortalece y nos da la Gracia para encontrar las fuerza y la luz para ser testigos de vida y palabra del anuncio de la Buena Noticia. Esa multiplicación de panes y peces ha sido una figura y adelanto de lo que realmente va a presentar en la última cena.
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