Es posible que nuestra vida de oración deja mucho que desear, y, en la misma medida, nuestros frutos son escasos y de mala calidad. Nuestra raíz nos está fortalecida y bien regada. Nuestra oración es superficial, sin convicción, y más rutinaria y de cumplimiento que de encuentro.
Posiblemente, nuestra raíz no ha hundido sus tentáculos lo suficientemente profundos para agarrarse a la tierra y sacar de ella esa vida que necesita para sostenerse, alimentarse y dar buenos frutos. Posiblemente, no haya encontrado tierra buena donde agarrarse.
Y es que las raíces de nuestro corazón necesitan el regadío de la oración y el alimento Eucarístico que las sostengan fuertes y puedan agarrarse a la Gracia de Dios para superar todas las tempestades y obstáculos que sufren durante su recorrido por este mundo tentador.
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