
Sin ninguna duda, estamos heridos por el pecado y sujetos al error, pero no podrán acabar con nosotros ni someternos a la esclavitud del pecado. La libertad está sellada e impresa en nuestro corazón.
El Evangelio de hoy nos lo pone de manifiesto: «He aquí mi Siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien mi alma se complace. Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones.
No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. La caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve a la victoria el juicio: en su nombre pondrán las naciones su esperanza».
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