miércoles, 10 de agosto de 2022

PENSAMIENTOS EN EL CALOR DE LA NOCHE

Nuestra vida es la misma, aunque en otra dimensión, que la de una semilla. Venida a este mundo debe, como la semilla, hundirse en la tierra de su corazón y abrirse al amor, que le exigirá morir así mismo y darse gratuitamente al servicio de los demás.

No podré avanzar en el amor gratuito en servicio a los demás si no soy capaz de abrirme a la acción del Espíritu Santo. Por tanto, ¡ven Espíritu Santo y toma mi vida para que, desde tu acción, fortalecedora y auxiliadora, mi vida se abra al amor. Amén.

Ganar esta vida es ganar este mundo, y ese no es nuestro destino. ¿Por qué? Porque, sencillamente, buscamos la felicidad y la felicidad – valga la redundancia – no está en este mundo. Está escondida en el amor. Un amor dado en servicio gratuito.

Cada día estamos más cerca del encuentro con el Señor. Ese es el pensamiento, al menos debería ser, desde la fe de los mayores o ancianos. Porque, el encuentro con el Señor, tras la muerte en este mundo, es más próximo. Por ello, la ancianidad, de la que nos habla hoy el Papa, es un momento glorioso para vivirlo en la ardiente fe de la promesa del Señor y en la esperanza de alcanzar esa morada gloriosa que Jesús nos promete.

La promesa de Jesús nos sostiene y nos llena de gozo, alegría y esperanza. Y en estos momentos de nuestra vida cuando experimentamos la ancianidad y vemos cerca el momento del encuentro con el Señor, nos apoyamos en Él, en su Infinita Misericordia y en su Palabra. Palabra de Vida Eterna que siempre tiene cumplimiento. Por eso, en Él esperamos ese cumplimiento de su promesa y aguardamos con ilusión y esperanza esa morada que el Señor nos tiene preparado. Amén.

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