Sabemos,
por experiencia, que cuando nos jugamos la vida el miedo a perderla se hace
presente y tiene mucha importancia en nuestra forma de responder y actuar. Nos
predisponemos incluso a negar nuestra fe y seguimiento a Jesús.
El
miedo es una constante en todo el recorrido de nuestra vida. Nuestro esfuerzo
se ve paralizado por el miedo. Miedo al fracaso, a la debilidad y a no dar la
talla. Sin Ti, Señor, nuestro fracaso está garantizado, pero contigo todo es
diferente. Tu garantizas nuestro éxito.
El miedo nos inclina a mirar para otro lado y a no enfrentarnos a la realidad. Metemos nuestra cabeza en un agujero, como el avestruz, y no queremos darnos cuenta ni preguntar nada. Queremos seguir pensando en nuestra realidad y eludir toda pregunta.
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