El encuentro con
Jesús desemboca en una explosión de júbilo, de alegría, de entusiasmo y
esperanza. Y ese júbilo no se puede ni contener ni guardar dentro del corazón. Inmediatamente
explota el deseo de compartirlo y de darlo a conocer.
Sí, mi Señor,
necesito ánimo para levantarme cada día; para superar mis tedios y fatigas;
para levantar el ánimo y sostenerme en pie para la lucha de cada día, para
vencerme y hacer tu Voluntad. Y ese ánimo, Señor, sólo puedo recibirlo de Ti.
Gracias, mi Señor.
Esa fue la
experiencia tanto de Andrés como de Juan. Una vez conocieron a Jesús y
compartieron una tarde con Él, quedaron entusiasmados de sus Palabras y de su
mensaje de amor y misericordia. Y exultantes de alegría buscaron a sus hermanos
y amigos para hacerles partícipes de ese acontecimiento. Porque, el amor y la
misericordia no se pueden mantener guardados.
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