No pretendas
proclamar la Palabra desde la arrogancia ni la prepotencia. Y no lo hagas
porque la Palabra nunca podrá estar contenida en la arrogancia o prepotencia.
Al contrario, siempre estará escondida en la sencillez y la humildad.
Sé, Señor, que has
venido. Por estos días celebramos y recordamos esa venida. Pero, lo
verdaderamente importante es que Tú, mi Señor, estás ahora presente en mi vida,
en el camino de mi vida, y quiero, al menos lo que me queda, recorrerla
contigo. Entra en mi corazón, ordénalo y dirígelo para que encuentre el
verdadero camino a donde Tú quieres que vaya.
Cuando tu corazón
se engríe y se ensoberbece, desaparece la humildad, y con ella llega la
prepotencia de creer superior y más que los demás. Desde esa atalaya nunca
podrás proclamar la Palabra de Dios. Porque, Dios no se encuentra en la
soberbia y suficiencia. Está en la sencillez y humildad de corazón. Serán,
pues, los humildes y sencillos los que abrirán sus corazones a la Palabra de
Dios.
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