Somos incapaces de pararnos y pensar. Es
increíble comprobar como muchos no se detienen ni unos minutos a pensar cuál es
su destino en la vida. Están resignados a morir cuando su destino es vida
eterna en plenitud. El pecado les venda los ojos y oscurece la mente.
Jesús es el Dios encarnado. Es el Rostro de
Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad - Dios. uno y trino - y el
que nos enseña el Camino, la Verdad y la Vida, y ha dado su Vida para rescatar
la nuestra, herida por el pecado. Su Pasión, Muerte y Resurrección nos da la
oportunidad de, creyendo en Él, alcanzar la dignidad de hijos de Dios y vida
eterna.
Y se nos va la vida pensando que la muerte o
la enfermedad no nos llega. Luego, cuando llegan, nos encontramos de que no
tenemos fuerzas, ni siquiera claridad, para ver la realidad de nuestra vida. El
pecado nos somete, nos ciega y nos paraliza, y ya solo pensamos en vivir lo más
placentero que podemos. Estamos resignados y hemos vendido nuestra felicidad
eterna por un plato de lentejas.
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