Es notable la presencia del Espíritu Santo, porque
sin Él no se entiende que la Buena Noticia se haya proclamado y perseverado
hasta nuestros días, a pesar de las persecuciones de todos los tiempos.
Gracias, Madre, porque diste tu vida para la
salvación de los hombres. Entregaste tu cuerpo y alma al Hijo encarnado para
redimir al mundo. Gracias por tu Sí y por ofrecer tu vientre para la
encarnación de el Salvador.
La sangre de los mártires ha propiciado que la Buena Noticia de salvación se extienda aún más y sea semilla de nuevos cristianos. Todavía hoy, cada día, hay hombres y mujeres que entregan su vida por fidelidad al Evangelio.
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