Experimentamos que cuando nos sentimos fuertes y pletóricos de salud y no estamos mal de dinero nos cuesta acordarnos de los demás y menos de pedir ayuda. Nos sentimos capaces de dirigir nuestro destino y no se nos pasa necesitar nada ni de nadie. Incluso llegamos a olvidarnos algo de Dios.
Es el poder y la fuerza lo que nos enorgullece y enciende nuestra dormida soberbia. Es la tentación de creerme fuerte y no necesitar de nadie ni tampoco ser menos que nadie. Es la riqueza de experimentarme grande, suficiente y dueño de mí.
Posiblemente, por eso, cuando somos ricos, a veces sin tener dinero ni riquezas, perdemos la necesidad de Dios. A Dios sólo se le encuentra en la pobreza y en la humildad. A Dios sólo lo encuentra quién siente la necesidad de ser salvado porque por él mismo no puede.
Y eso sólo se experimenta cuando te sientes pobre, enfermo, necesitado y humilde. Por eso, sólo en esos estados estás en el camino de acercarte y conocer a Dios, porque Él también nació pobre.
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