Necesitamos ser humilde, pero muy humildes para
empeñarnos en la loable tarea de amar. Porque no hay empeño mejor, ni tarea
mejor. Es más, hemos sido creados para amar.
Y amar
sobre todo a los que más lo necesiten y no puedan pagar, preferiblemente a
nuestros propios enemigos, porque ellos darán la verdadera medida del verdadero
amor.
Seamos humildes hasta el punto de abrir los ojos
para, iluminados en el Espíritu Santo, poder guiar a aquellos otros que
permanezcan ciegos.
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