Cuando nos resistimos a la caridad perdemos de vista a nuestro prójimo. No hay otra manera de decirle al Señor que creemos en Él y estamos dispuesto a seguirlo que amando a nuestro prójimo. Y amar no es sentirse a gusto, sino hacer lo que se debe aunque duela.
Y ese amor cuando se da es el que señala a nuestro prójimo. Así lo describió Jesús a la pregunta de aquel maestro de la Ley respondiéndole con la parábola del samaritano. Cerrar los ojos a esa realidad es no querer ver ni oír.
Otra cosa es que nos experimentemos débiles, pobres y necesitados de la Gracia y fortaleza del Espíritu de Dios para en Él poder fortalecernos y amar a nuestro prójimo.
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