No son los ricos, los privilegiados, los intelectuales y sabios los que gozan de favores y los primeros lugares. Quizás lo tendrán en este mundo, pero no en el otro, que es el importante y eterno. Allí serán los pobres, los sufrientes, los que lloran, los que padecen insultos, persecuciones e injusticias...
Serán aquellos que, considerándose hijos de Dios, lo buscan siguiendo a su Hijo Jesucristo. Y lo buscan no en los honores, poderes y gloria, sino en el camino de la puerta estrecha, la de la renuncia y el amor.
Porque Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan, y digan con
mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y
regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos».
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