lunes, 2 de marzo de 2015



Ocurre que nos gustaría que nos perdonasen nuestros errores y pecados. Sin embargo, cuando se trata de dar nuestro perdón, parece que nos cuesta más. Al menos miramos las cosas con lupa.

A lo nuestro le damos más valor que a las cosas ajenas, y en consecuencia exigimos más redención que cuando se trata de la nuestra propia. Está claro que perdonar nos cuesta más que ser perdonados.


Y la cuestión consiste en que seremos perdonados en la medida que perdonemos. Esa es la puerta para recibir la Misericordia de nuestro Señor.

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