martes, 24 de marzo de 2015



Sin darnos cuenta nuestros oídos se abren con gusto a las cosas que nos suenan bien y agradables. Y, al contrario, nos molestan los ruidos y las desagradables.

Creo que ocurre lo mismo con la Palabra de Dios. Cuando nos interpela, nos exige y compromete a salir de nuestro estado cómodo e instalado, nos resulta antipática y molesta. Y tratamos de mirar para otro lado.

Creo que nos equivocamos. Debemos aceptar nuestra pobreza y confesar nuestras limitaciones y pecados. Una referencia la tenemos en el fariseo y publicano. Al parecer fue el publicano quien salió justificado.

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