Sin darnos cuenta nuestros oídos se abren con gusto a las cosas que nos
suenan bien y agradables. Y, al contrario, nos molestan los ruidos y las
desagradables.
Creo que ocurre lo mismo con la Palabra de Dios. Cuando nos interpela,
nos exige y compromete a salir de nuestro estado cómodo e instalado, nos
resulta antipática y molesta. Y tratamos de mirar para otro lado.
Creo que nos equivocamos. Debemos aceptar nuestra pobreza y confesar
nuestras limitaciones y pecados. Una referencia la tenemos en el fariseo y
publicano. Al parecer fue el publicano quien salió justificado.
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