Ocurre que preocupado por vivir según los mandatos del Señor
descuidamos nuestras relaciones con los demás en cuanto a serles útiles en la
verdad, la justicia y el amor.
Nos olvidamos de llevar paz con nosotros y ofrecerla a los
demás. Porque para dar paz, primero hay que tenerla.
Y luego, habiendo cumplido los preceptos, normas u oraciones
nos sentimos tranquilo. Necio de nosotros si no somos capaces de descubrir que
sin amor nada nos vale.
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