Nos cuesta recibir lo que nos viene de casa, porque no valoramos lo que
tenemos. Damos mejor precio a lo desconocido y a los de afuera. Nos cuesta
menos abrirnos.
De cualquier forma toda palabra que nos exige la verdad nos compromete,
y eso nos inclina a cerrarnos. Pronto salen a relucir nuestros mecanismos de
defensa. Nos cuesta humillarnos, es decir, llenarnos de humildad.
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