Nos cuesta valorar las palabras de aquel que conocemos y sabemos de dónde
viene. Nos parece que conociendo su procedencia sus palabras no tienen tanto
valor ni credibilidad.
¿Qué nos ocurriría si llegásemos a comprender a Dios? Desde el momento
que podamos entender y saber los planes de Dios, Dios deja de ser Dios.
Posiblemente por esa misma regla de tres.
Por eso estamos más dispuestos a, no sólo escuchar, sino acoger y darle
credibilidad a las palabras de aquellos que no son del lugar, es decir,
profetas extranjeros.
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