Nuestros actos se sienten
sometidos al poder de las apariencias personales. Según quien sea, mi manera de
actuar varía o cambia. Una forma hipócrita de comportarnos y que disimulamos
muy bien.
Tratar a todos igual, no por
lo que representen ni aparenten, sino por lo que verdaderamente son, hijos de
Dios, será uno de los retos más grandes que los creyentes en Jesús tenemos. Y
me temo que solos no podemos lograrlo.
Necesitamos la Gracia del Espíritu Santo para
lograrlo, porque nuestra humanidad, débil y pecador, nos traiciona y nos
supera. Ahora, con la asistencia y la Gracia del Espíritu, podemos cambiar
nuestro parecer y nuestra actitud.
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