Nadie va por la vida
desprovisto de seguridad. Afina lo más que puede para ir seguro. Seguros de
todo tipo, que nos asedian prometiéndonos el oro y el moro. Todos nos ofrecen
soluciones para salvarnos de los temporales y tragedias que se presentan en el
mar de nuestras vidas. Sin embargo, nuestra experiencia no nos dice lo mismo y
las promesas no quedan claras del todo.
Eso les ocurrió a los
discípulos de Jesús. Sorprendidos por la tempestad se vieron impotentes y
perdidos. Atemorizados despertaron a Jesús, pues al parecer dormía. Y le
rogaron que les salvara, pues temían hundirse con la barca. La actuación de
Jesús les dejó con las bocas abiertas y asombradas decían: ¿Quién es este, que
hasta los vientos y el mar le obedecen?
¿Pensamos también nosotros que Jesús es el mayor
seguro de nuestras vidas? Un seguro, no con fecha de caducidad, sino un seguro
de Vida Eterna, porque Jesús es el Señor de la Vida y la muerte, y a que los
vientos y el mar obedecen.
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