El diálogo merece atención,
porque si no escuchamos atentamente no podemos responder ni entender lo que nos
dice el otro. Orar es hablar con Dios. Y ese hablar necesita atención y escucha
para poder entender y responder con compromiso. Pero, también necesita
silencio. Silencio exterior e interior.
Los templos, también llamados
iglesias, son lugares santos donde los creyentes acudimos a orar. Es decir, a
hablar con Dios. Pero ese diálogo necesita silencio y respeto. No podemos
hablar con varias personas a la vez, y el ruido o movimientos nos distraen y
nos impiden o molestan nuestras oraciones.
Tratemos de tomar conciencia de estas actitudes que
convierten a nuestras iglesias en lugares y encuentros superficiales y que, sin
darnos quizás cuenta, marginamos a Dios con nuestras habladurías y chismorreos.
Está bien encontrarnos, saludarnos, pero, después de hablar con Dios, hablemos
en la calle, al calor de un café si es posible, de nuestras inquietudes y
problemas.
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