En la vida podemos sostener tres actitudes ante el misterio
trascendente de la Revelación de la Palabra de Dios. Quizás podamos
encontrarnos en una de ellas y sería bueno meditarlas ante los comportamientos
que presentamos en nuestra propia vida. Porque, sin darnos cuenta, la vida se
va rápidamente.
No cabe ninguna duda que, incluso a pesar de que muchos no
lo saben o no muestran interés por saberlo, todos buscamos la felicidad y la
eternidad. Nuestra preocupación por la salud así lo descubre. Pero, ante la
proclamación de la Palabra, la primera actitud es la de mostrarnos indiferente
y hasta reírnos. Solemos decir que nadie ha resucitado para decírnoslo.
La segunda, la de los
soldados y pueblo en general que burlándose le incitaban a salvarse a sí mismo.
Quizás nosotros mantenemos la misma postura. Muy cercana está también la
tercera, la de aquel ladrón malo que le provocaba para que usara su poder y,
salvándose, también les salvara a él. Quizás, la del buen ladrón, reconociendo
sus errores y abandonándose en las Manos de Jesús sea la actitud buena.
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