No se nos va el disgusto rápido cuando se trata de algo que
se ha extraviado y nos cuesta recuperar. Dejamos todo y emprendemos la búsqueda
desesperadamente y con el deseo de recuperarlo. Todavía es mucho peor cuando se
trata de una persona. Encontrarla es saltar de gozo y alegría.
Un signo de la importancia y preocupación por recuperar o
salvar a la persona perdida es el esfuerzo de, dejando todo, emprender el
esfuerzo de la búsqueda. Ese gesto y acción descubre la importancia para ti del
valor de esa persona. Y ese gesto es del que nos habla hoy Jesús en el
Evangelio.
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’».
«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido’».
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