Nuestro desierto muchas veces
se esconde y no lo parece. Hay en él espejismos que nos hacen ver que no
caminamos por un desierto. Pero la verdad es que nuestra vida es un desierto.
Un desierto donde aprendemos a prepararnos para vivir y solventar todos los
obstáculos que se nos presenta.
Y un desierto es también el
camino donde experimentamos muchas vivencias de renuncias, de sacrificios y de
durezas, que nos enseñan y prepararnos para soportar con firmeza y entereza la
vida que nos aguarda. A soportar y resistir las inclemencias del tiempo y de
las tentaciones que amenazan destruirnos.
Pero, para todo ello,
necesitamos la compañía del Espíritu Santo, que también acompañó a nuestro
Señor Jesús, para que nos fortalezca, nos asista y nos de la sabiduría y la
voluntad para saber discernir y rechazar todo aquello que nos aleja del único y
verdadero Camino, Verdad y Vida.
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