La vida, salvo raras excepciones,
no es para un día. Y, por poco tiempo que tengamos de vida, siempre dejaremos
huellas de nuestro amor. En y con esa medida seremos también nosotros medidos.
Por lo tanto, nuestra esperanza se apoya en la expresión y obras de nuestro
amor.
Porque la promesa de
Jesús está en íntima relación con el amor. Si amas, crees, y si crees en el
Amor que Él te da y así lo transmites a los demás, tendrás Vida Eterna. No hay
ninguna forma de ocultarlo o aparentarlo. El amor se ve, se nota y se toca.
Está, es, o, no está y no es.
Jesús nos lo deja muy
claro. Y el mejor camino es confiar en Él. La reflexión está clara, del mundo
no podemos esperar nada que nos dé la vida eterna. Sólo Jesús nos la garantiza:
«En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra,
no verá la muerte jamás».
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