Hay una pregunta
que flota en el ambiente: ¿No nos pasa a nosotros algo parecido hoy, después de
más de dos mil años? ¿No pedimos nosotros pruebas, resurrecciones y milagros de
todo tipo? ¿Nos convenceríamos? Porque, al parecer, el Señor sigue entre
nosotros y seguimos ignorándolo.
No se explica ni
se comprende por qué unos creemos y otros no. También, por qué para unos su fe
es comprometida y otros caminan a dos velas;
unos se esfuerzan en morir para dar frutos, y otros viven buscando la
comodidad y sin comprometerse. Porque Dios da la fe a quien se la pide.
Posiblemente, ahí está la diferencia. El
Señor sabe quien de verdad quiere responder, y quien, aunque lo aparenta, se
instala en sus propios egoísmos y esconde la mano. El Señor sabe lo que palpita
dentro del corazón de cada uno y dará su Gracia a aquel que de verdad está
dispuesto a dejarse revestir de verdadera humildad.
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